Había llegado el día. Nerviosos, pero emocionados, llegamos a la Plaza Hidalgo con un objetivo: recordarle a la comunidad lo importante que es cuidar su salud mental. Poco a poco nos reunimos, dispuestos a compartir y sintiendo la adrenalina subir. ¿Qué pasaría en las próximas horas? ¿Llegaría la gente? ¿Serán muchos, o pocos? Nos instalamos y de inmediato sentimos la curiosidad de las personas que pasaban.
Algunos se atrevieron a preguntarnos lo que hacíamos, mientras otros observaban y continuaban con su camino. Desde ese momento inicial, las sonrisas no faltaron. Como grupo, teníamos algo que nos motivaba, una fuerza forjada en los retos que enfrentamos individual y grupalmente hasta llegar a este día.
Nuestro Maestro Cristóbal nos reunió. Nos dijo que era el momento de atender a quien lo necesitara. Inspiramos nerviosismo, pero exhalamos optimismo. Y comenzó la jornada por la salud mental.
Asistieron muchas personas, cerca de quinientas. Iban, venían, se quedaban. Todas abriéndose un poco a nosotros, escuchando con atención y dejando un poco de ellos. Recibimos felicitaciones, también preguntas. Las personas se mostraban ansiosas por saber qué hacer, o cómo hacerle. Hoy escribo sólo por mí, pero estoy segura de que todos aprendimos algo de las experiencias que nos compartieron los asistentes al evento. Menciono de manera especial una persona que marcó a más de uno de nosotros. Una señora discutió por la mañana con sus hijos, y salió de su casa a relajarse. Y decidió hacerlo en la Plaza Hidalgo, justo al tiempo de nuestro evento. ¡Cuanta coincidencia! Habíamos platicado que los asistentes serían quienes más necesitaran una dosis de buena vibra en el momento, y ella comprobó esto. Después de disfrutar la música, y compartir con algunos de nosotros, la señora decidió hablar a sus hijos, quienes se encontraban preocupados por ella. Ya tranquila y con energía recargada, regresó con su familia. Este caso estremeció a más de uno de nosotros, y nos hizo ver el impacto de nuestras acciones.
Durante la tarde, compartimos con muchas personas, los vimos compartir un pedacito de ellos mismos a través de las notas que amablemente dejaron, y veíamos como su semblante cambiaba al escribir, ya que le hacían un regalo a alguien más, pero el primer regalo era para ellos mismos. Después veían los tendederos o la lona donde se colocaban los mensajes, y sonreían al haber encontrado algo que los motivara a seguir adelante.
Así concluyó nuestro evento, el que comenzó como una tarea para una materia, pero terminó como una experiencia de aprendizaje para la vida. Por supuesto, aprendimos que cuidar nuestra salud mental es nuestra responsabilidad, y es fundamental para nuestro correcto desempeño de nuestras actividades diarias. Aprendimos que prepararnos a través del estudio no es suficiente, que necesitamos mirar al exterior, conocer las necesidades de la comunidad y ser agentes de cambio dentro y fuera de la escuela. Por último, reafirmamos nuestro compromiso con la sociedad reconociendo que el poder de una sonrisa y una frase de aliento son parte del remedio que nuestro mundo necesita para llegar a ser un lugar mejor.
Escribe: María Elena Galván Peña. Estudiante Maestría en Inclusión Educativa